Casi en un suspiro, se cumplen ya diez años de la llegada a Vigo de la OY-NET. Aquel fue un momento de reconversión, de volver a poner en marcha nuestro aeroclub aletargado y de inyectarnos litros de ilusión en las venas.

Buscábamos una Reims Rocket y no encontramos muchas. A punto estuvimos de traer una de Francia -operación que se frustró cuando ya nos encontrábamos en el embarque de un vuelo a Burdeos-, pero la OY-NET nos esperaba en Dinamarca. Se echaba el invierno encima y no íbamos a dejar pasar la oportunidad de traer a Vigo un gran avión que nos permitiese volar sin las penurias habituales por restricciones de peso, autonomía o aviónica.

Así que en pleno diciembre, helados por el gélido frío báltico, nos subimos a la OY-NET un amanecer en Roskilde y despegamos hacia Vigo. Iniciamos así un gran vuelo que no nos llevó directamente a Francia, a pesar de nuestras intenciones redactadas en un plan de vuelo demasiado optimista. El mal tiempo, que nos impidió ver el trozo de Alemania que sobrevolamos, hizo recomendable un aterrizaje en Groningen, donde no tuvimos problemas para entrar asistidos por vectores.

Un repostaje rápido, una leve mejoría de la meteo y, de nuevo, despegamos hacia Francia. Esta vez sí. Después de sobrevolar Amberes no tardamos en divisar Lille. Allí permaneció el avión dos semanas hasta que nuestras agendas y la meteorología sobre el Golfo de Vizcaya nos permitieron volver a recogerlo.

Ya en vuelo sobre Francia atravesamos la región de Paris y repostamos en Nantes, justo antes de lanzarnos en busca de la costa cantábrica española. El vuelo nocturno de Santander a Vigo resultó ser la parte más placentera del viaje: ya estábamos en casa.

Cuando la OY-NET se posó sobre la 20 de Peinador sabíamos que acababa de comenzar una nueva etapa. Aerocelta volvía para despegar con tantas ganas como el primer día. Volar, volar y volver a volar. Esa era la idea: abrir el club a las personas y alejarlo de los personalismos. Sin medallas, sin títulos ni cargos. Volar para aprender, volar para disfrutar, volar por volar. Volar por el placer de compartir un tiempo con viejos amigos y amigos por llegar. Volar por la felicidad de disfrutar juntos de una afición común.

En estos tiempos en los que las restricciones y la normativa dificultan sobremanera nuestra actividad, seguimos avanzando en nuestra decidida vocación por la formación aeronáutica. Aprobada por AESA nuestra ATO, Aerocelta ha ampliado sus cursos, primero con la inclusión en nuestro catálogo de la habilitación para el vuelo VFR-nocturno y ahora, exprimiendo al límite nuestras capacidades, ofrecemos también el curso de piloto de drones.

Este año Aerocelta cumple un cuarto de siglo. En 1990, Julio Fernández creó el aeroclub que hoy puede presumir de un buen número de logros y metas alcanzadas. Sin embargo, veinticinco años después, eso no importa. El combustible que alimenta nuestro motor cada día eres tú, sois vosotros; somos todos.